Una catalpa muy antigua, escultura natural de ramas delgadas, largas y fascinantes en forma de serpiente ha dejado de refrescar la pequeña terraza del Molí d’en Cassanyes. Domina la cuenca formada por la retención de un arroyo nacido de las Albères. El molino no funciona desde hace mucho tiempo. La válvula alberga el nido de un lindo troglodita. Este rey menudo lo ha convertido en su reino. Una estela en el agua helada delata a una serpiente ondulante, ebria de sol, en busca de una sombra secreta. El viento zarandea las ramas de dos gigantescos plátanos sembrados hace doscientos años. Aquí vive y trabaja Sébastien Frère. Un lugar rico en recuerdos. Ser hijo de Henri Frère, muy cercano a Maillol, no es casualidad.
Imagino a los dos escultores paseando bajo el follaje, entre los acantos, en este libre y amplio jardín natural por el que merodean divinidades telúricas. Allí, tal vez, germinó el deseo de ilustrar a Virgilio. Y la madre de Sébastien asegura con su fuerte presencia el recuerdo del poeta Joseph Sébastien Pons, su padre, cuyo nieto lleva uno de sus nombres de pila. Aquí, Sébastien vuelve a ser Sebastià. Hasta aquí las fuentes, los pólenes, los abonos del alma y del cuerpo. El anclaje es catalán. Las raíces dan al árbol sus ramas. Al hombre, ahora artista, sólo le quedaba hacer buen uso de sus herramientas mayores y complementarias: el ojo y la mano.
En primer lugar, ceramista durante más de quince años. He conocido pintores que han puesto la mano en la arcilla. Gesto neolítico del descubridor del fuego. Siempre han llevado la marca de ello. Sébastien Frère es uno de ellos. Veo en su pintura las trazas del oficio más antiguo: huellas, grabados, cincelados, raspados, recubrimientos, colores en movimiento. Todo es un signo. No importa si es el ojo el que, cómo y por qué, da a la mano el orden de los frotados, arañazos, raspados y transparencias. No, no es el azar el que pinta, sino un hombre cuyo camino está hecho de experiencias, y que inventa. La crítica no es mi fuerte. Ante una obra de arte, sólo sé permanecer en silencio. Para sentir mejor, absorber. Formular la emoción o la sensación sería destruirlas. Es inútil volver a la pregunta: ¿abstracto o figurativo? Sabemos, desde los Fauves y los Cubistas, que el tema no hace el cuadro. La obra es la única realidad que importa, no la manzana ni la Sainte Victoire. La pintura es su propio tema.
Algunas palabras más: Sébastien Frère, ceramista, maestro del fuego, tiene el arte de cocinar alimentos. Sus platos son cuadros comestibles. También aquí encontramos una calidad muy catalana, un saber hacer incrustado en la memoria ancestral. Se necesita la vista, lel olfato, el oído, el gusto y la habilidad. Los cinco sentidos en acción, en esta tierra de todos los manjares donde el gran arte es vivir.
Frédéric Jacques Temple
Aigues, 2008
